Por el Lic. Jorge Vazquez
Todas las sociedades humanas se desarrollan suponiendo un cierto
tipo de condiciones climáticas. El clima es, para nosotros, un eje organizador
y una hipótesis implícita de continuidad.
Edificamos a una cierta distancia del río, porque allí vamos a
tener facilidad de abastecimiento de agua pero, al mismo tiempo, nos vamos a
ver libres de inundaciones.
Si comienza a llover más que antes, nuestras ciudades se inundarán.
Si llueve menos, tendremos problemas para el abastecimiento de agua. Es decir,
que en la mayor parte de las actividades humanas tenemos hipótesis implícitas
de regularidad climática.
Los nómades primitivos (como los judíos de la primera parte del
Antiguo Testamento) dependían del clima del momento presente y ése fue el
principal motivo para volvernos sedentarios.
Huyendo de esa forma de vulnerabilidad, nos volvimos sedentarios y
comenzamos a construir ciudades. Sólo que, al dejar de ser nómades, cambiamos
la forma de vulnerabilidad ante el clima.
Dejamos de estar tan atados al clima del momento presente, al sol y
a los pastos, y comenzamos a crear estructuras rígidas, que se vuelven
vulnerables a los cambios que tiene el clima en el mediano y el largo plazo.
Cuanto más grandes las ciudades y más complejas son las obras
humanas, mayor es su rigidez y es también mayor su vulnerabilidad ante las
variaciones climáticas.
Por los condicionamientos que nos impone nuestra cultura, nos
resulta difícil de percibir la magnitud de sus efectos sobre las sociedades humanas.
A lo largo de la historia, el clima ha cambiado muchas veces.
La Grecia clásica surgió en un momento de clima favorable en el
Mediterráneo, que permitió destinar parte de los excedentes a construir la
democracia y el Partenón.
Para dar un ejemplo opuesto, la Roma antigua se desarrolló en una
etapa mucho más seca y eso explica la proliferación de grandes acueductos en
las ciudades romanas, ya que los ríos no alcanzaban a abastecer a su población
urbana.
Hay historiadores que sostienen que en la decadencia del Imperio
Romano influyeron los cambios climáticos ocurridos en los primeros siglos de la
era cristiana. Afirman que hubo un momento en que se cruzó un límite agro
ecológico y se hizo cada vez más difícil alimentar y sostener una ciudad de un millón
de habitantes.
Tuvimos una Edad Media bastante cálida y un Renacimiento tan frío,
que los climatólogos usan la expresión "pequeña edad del hielo" para
referirse al período que va desde el descubrimiento de América hasta la segunda
mitad del siglo XIX.
Estos cambios han sido habituales en nuestro planeta. Sin embargo,
esta vez hay una diferencia cualitativa: es la primera vez en la historia
humana que nuestra conducta como especie está cambiando el clima de la Tierra.
Tal vez estemos acelerando y profundizando un proceso natural que,
sin la acción humana, se hubiera dado con mucha mayor lentitud y un menor
impacto sobre nuestra vida.
A partir de la revolución Industrial iniciada en Inglaterra a
mediados del siglo XVIII, la nuestra es una civilización del humo. Desde ese
momento, estamos lanzando a la atmósfera gases que están cambiando las
condiciones térmicas del planeta y provocando el efecto invernadero. En una
habitación cerrada, los rayos del sol, al atravesar un vidrio, transforman su
energía lumínica en calor. Lo mismo hacen con nuestra atmósfera los gases que
emiten sin ningún control millones de automóviles y de industrias.
Así, desde mediados del siglo XIX, la temperatura no ha dejado de
subir, pero ahora el ritmo se va acelerando. La contaminación hace que lo que
en otras épocas ocurría con lentitud, ahora suceda a un ritmo que hace muy
difícil la adaptación.
Para agravar las cosas, cuando se conoció el fenómeno y sus
riesgos, se esperaba una respuesta de los dirigentes políticos de las grandes
potencias, que no están actuando a la altura de la situación.
Si el cambio climático ya es inevitable, lo que nos queda es
establecer una estrategia de adaptación. Y para eso, lo mejor es tener una idea
de lo que puede ocurrir en la Argentina. Saber lo que se viene es la mejor
manera de poder actuar sobre eso.
Por una parte, va a hacer más calor, pero sólo en promedios
generales. Esto va a alcanzar para cambiar la intensidad de los vientos.
Como consecuencia de eso, muchas de las nubes cargadas de lluvia no
van a llegar al interior del país, sino que van a dejar su carga en las zonas
costeras. Esto significa que en Argentina vamos a tener una combinación de
grandes lluvias (y por consiguiente, de inundaciones) en las zonas costeras con
sequías en el interior del país. Es decir, que las situaciones extremas van a
agravarse cada vez más.
¿Cuándo va a pasar esto?
Ya está ocurriendo, sin que nos demos cuenta. La mayor frecuencia
de avisos de alerta meteorológico de los últimos tiempos es sólo un anuncio de
lo que se viene.
La propia Buenos Aires se inunda cada vez más, a pesar de las obras
que se vienen haciendo para paliar el problema. Una de las razones es que ahora
llueve el doble de lo que llovía un siglo atrás, cuando se diseñaron los
desagües. Por eso no tiene sentido atribuir toda la responsabilidad de cada
inundación al Gobierno de turno, ya que se trata de un problema que fue
construyéndose de a poco durante mucho tiempo.
Y la cosa recién comienza. No sabemos cuánto tiempo va a pasar para
que el nivel de lluvias en la ciudad vuelva a duplicarse, pero seguramente va a
ser mucho menos que en el pasado.
Se habla del derretimiento de los hielos de los casquetes polares.
No parecen verosímiles las hipótesis de ciencia-ficción, de un
ascenso de varios metros en el nivel del Mar Argentino. Sin embargo, no hace
falta mucho para producir desastres, aunque esos desastres no tengan la misma
forma que los de la película.
Es probable que un ligero aumento del nivel del mar provoque una
intrusión marina que entre por Laguna Mar Chiquita, próxima a Mar del Plata y
ocupe todo el centro de la Provincia de Buenos Aires, especialmente las lagunas
encadenadas. Es decir, que podemos llegar a tener un amplio espacio de mar en
el interior de la Provincia de Buenos Aires, ocupando la zona que los geógrafos
llaman la cuenca deprimida del Salado.
Ciudades como Chascomús, Lobos, Monte, etc., pueden seguir el
destino de Carhué, que estuvo largo tiempo debajo del agua.
Tormentas marinas más intensas pueden aumentar la erosión costera,
lo que significará perder toda la arena de las playas de Gesell, Pinamar, San
Clemente, etc.
De los balnearios de esa zona, nos va a quedar apenas una larga
península, separada del continente por un brazo de mar y con el agua llegando
hasta el borde de las costaneras, ya que la erosión se irá llevando la arena de
las playas. Aquellos que hayan visto la costa de San Clemente durante una
sudestada con marea alta, pueden tener una idea bastante clara de cómo pueden
quedar la mayor parte de nuestros balnearios en el futuro.
Esas mismas tormentas pueden afectar la ciudad de Viedma, a apenas
2,5 metros sobre el nivel del mar, estará en peligro y tal vez tenga que ser
abandonada. Viedma ya pasó por una experiencia de destrucción completa por un
huracán del sudeste a fines del siglo XIX y puede correr riesgos semejantes si
el cambio climático avanza. Lo que es un argumento más sobre la irracionalidad
que significó aquél intento de trasladar la capital de la Argentina a esa
ciudad. En las ciudades que están en la costa de los grandes ríos, barrios
enteros van a tener inundaciones muy frecuentes y tal vez tengan que ser
evacuados en forma permanente. Esto va a afectar a toda la zona costera del
Gran Buenos Aires, desde Quilmes hasta Tigre. Pero también irá más allá,
llegando hasta Resistencia, Formosa y Posadas.
Hasta ahora nadie se ha atrevido a hacer un pronóstico serio de lo
que puede ocurrir con algunas zonas elegantes ubicadas cerca del agua, como por
ejemplo Puerto Madero.
En las zonas secas, las menores lluvias disminuirán el caudal de
los ríos. Esto hará que Mendoza y San Juan tengan que reducir sus áreas de
riego.
Otras ciudades, que dependen de ríos de menor caudal, probablemente
no puedan ser abastecidas y deban evacuarse. La Rioja puede ser la primera de
una serie de ciudades en peligro por una sequía permanente.
La economía del país cambiará porque algunas zonas dejarán de ser
aptas para los cultivos actuales, algunas veces por falta y otras por exceso de
lluvias. Habrá también cambios en las condiciones sanitarias, al extenderse las
enfermedades tropicales y subtropicales como el dengue y la leptospirosis.
Cada una de estas situaciones requiere de la organización de
respuestas, tanto en el terreno agronómico como urbanístico y sanitario. Es el
momento de definir estrategias de adaptación en el corto, mediano y largo
plazo, para un país que está cambiando.
¿En cuánto
tiempo?.. En el curso de nuestras propias vidas.